No paro de recibir llamadas de admiración por la ruta, y solo puedo deciros que menos llamar y más secundar las salidas de Quiyo, ya véis lo que os perdéis.
Toda una experiencia orgiástica en la noche de las vampiresas.
A punto de comenzar a rodar con esa luz mortecina que anuncia el inminente despertar de las criaturas de ultratumba, lo primero que nos encontramos fue...
... a Xavino y Dimesga, que como osados caza-vampiros, acudieron a la cita armados de valor, fe en sus fuerzas y en el agua bendita de sus bidones.
Un par de tipos duros, no se les escuchó ni un solo gemido ni siquiera en los peores momentos, cuando los enviados del averno nos prepararon una trampa de barro arcilloso de la que pugnábamos por salir arrastrando las bicicletas, eso sí, sin soltar en ningún momento las valiosas estacas.
Estacas que de momento nos servían para quitar el barro una y otra vez antes de darnos por vencidos y tener que arrastrar las bicicletas ya que las ruedas estaban bloqueadas.
Pero ni el barro ni la lluvia, ni los rayos infernales nos hicieron desistir, y allá que conseguimos llegar a un sacro refugio asfaltado para desbloquear las ruedas, recomponer nuestras figuras y volver a enfrentar el reto de coronar las cimas satánicas, emulando a Peter Vincent en "Noche de miedo".
No terminó ahí el acoso del maligno, pues los aullidos nos acompañaron de manera intermitente durante un par de horas más, pero el poder flamígero del foco Siscariano nos fue abriendo camino en la oscuridad, hasta que desterramos a las fuerzas del mal y comenzó a brillar solo para nosotros un plateado resplandor que nos guiaba en nuestro recorrer los privilegiados miradores nocturnos, disfrutando de cada uno de ellos hasta el regreso a los coches.
Extraordinaria experiencia donde las haya, en la que incluso tuvo cabida la "deflacción erectiva" de un ánima en pena que perdió la apetencia sexual al ver aproximarse a su coche un montón de luces voladoras.
Y el colofón, el final de la ruta pasando entre los muretes de las huertas árabes del moro Ricote, y el paisano frente a cuya casa habíamos montado el campamento, y que pasaba una y otra vez haciéndose el encontradizo mientras se frotaba los ojos para dar crédito a lo que veía, jjajaja.
Se ve que no le había dado el chivatazo el agente de la policía local con el que nos cruzamos recién iniciada la ruta, de noche y comenzando a llover, y que a partir de esa noche dejó la bebida para no tener más visiones absurdas...
Algunos sienten la lluvia. Otros simplemente se mojan.