Trail running, duatloón de montaña, escalada, senderismo, rafting, espeleología...
Aguas tortuosas
Eso es lo que decía un folleto que significaba “Aigüestortes”. Al parecer, ese nombre viene de la sedimentación al paso de los años de los lagos más inferiores en altitud, y que tienden a formar muchos regueros de agua que serpentean formando las aguas tortuosas.
-En algún día de Julio de cuya cifra no logro acordarme, Anémico Pepe, como lo conocemos en el foro propuso una nueva travesía por los Pirineos para este verano. Yo, como amante de la montaña me interesé desde el principio, tenía unas ganas tremendas ya que durante este año quise realizar algunas salidas que al final no hice así que no podía dejar pasar la oportunidad. Una de las cosas que me empujó mucho a embarcarme en este viaje fue el ver las impresionantes fotos de la travesía del año pasado en Ordesa, aunque no fuera lo mismo, yo también quería estar allí. Conociendo al rebaño, la lista de apuntados que había era de primera clase, y la diversión y el buen rollo estaban asegurados. Una pena que no vinieran algunos, si no nos tienen que sacar de allí en helicóptero por fractura de la caja torácica. Tampoco pudo venir nuestro amigo y guía que, conocedor del terreno, nos había preparado el itinerario de la ruta.
-Después de navegar y rebuscar por la red, una pequeña reunión, y unas cuantas llamadas nos encontramos todos a media noche del viernes 13 preparados y dispuestos a salir. Ocho éramos los intrépidos: Pepe Conesa, Pepe García, Curro, Paco, Pablo, Rosa, María José y el que escribe. Durante ese día llovió e incluso granizó con fuerza, las predicciones decían que durante el camino se esperaban tormentas, de hecho antes de llegar a Valencia vimos muchos relámpagos pero luego no cayó ni una gota. Hicimos tres paradas, dos de café y una de desayuno ya en pleno Pirineo. Una de las cosas que más me impactó fue ya por la mañana, llegando a nuestro destino, al abrir la ventana del Volks y respirar ese aire fue como el mejor elixir, un aire fresco, suave, con una mezcla indescriptible de madera húmeda, como si se tratara del mejor anuncio de dentífrico. Por supuesto el sentido visual también lo teníamos alerta, ante nosotros se mostraban unos espléndidos paisajes, reliquias naturales de belleza incomparable, cada kilómetro, cada valle era espectacular y todo eso sin andar un paso.
-Con los turnos que íbamos haciendo se podía, más que dormir, descansar algo y en uno de los últimos tramos que me tocó conducir terminé tan cansado como si ya hubiera hecho cualquier ruta, así que cuando llegamos a la Presa de Cavallers ya avanzada la mañana del sábado íbamos todos un poco cansados y todavía no había empezado la travesía. Aún así la ilusión relucía en nuestros rostros y estábamos llenos de ganas por empezar la ruta y deleitarnos con los paisajes.
-Comenzamos nuestra andadura bajo la presa, veíamos una mole gigante de hormigón y teníamos que subir por la parte derecha de la presa para coger el camino que nos llevaría al refugio de Ventosa. El camino era encantador, iba pegado al agua y por un valle en el que se veían a lo alto unos picos por encima de las nubes con nieves perpetuas y si dirigías la mirada a ellos y seguías andando corrías el peligro de darte un chapuzón. Más tarde, al llegar al refugio de ese día nos dimos cuenta de que el camino era así, tenías que ir constantemente pendiente de lo que tenías delante de tus pies porque casi nunca el camino era liso y había muchas, pero muchas piedras. Cada vez que levantábamos la vista era un regalo, mientras íbamos andando, como no podíamos mirar a otra cosa que no fuera el camino lo que podíamos hacer era “imaginar” lo que había, como si sintiésemos un aura de lo que hay alrededor.
-Desde la presa al primer refugio era prácticamente todo subida y salvo unas cuantas confusiones del camino, se hizo bastante rápido y llevadero, además de que el tiempo nos acompañó, sol y nubes a tiempos casi iguales y buena temperatura como para subir en manga corta. Mientras subíamos, en unas rocas pudimos ver fugazmente un animalillo que se camuflaba muy bien en las rocas que parecía una mezcla entre zorro y ardilla que después den los carteles intenté clasificar como un armiño. Decidimos no acercarnos al refugio y seguir andando para comer más adelante, pues nos quedaba todavía mucho camino por delante. Desde Ventosa en adelante el camino empezaría a ser como nos lo encontraríamos el resto de la ruta, los árboles iban desapareciendo y quedando abajo cerca de la presa y sólo encontraríamos pasto bajo, muchos lagos y muchas piedras, en toda la ruta de tono claro, como de mármol.
-Cuando paramos a comer en un apartado con poco viento el tiempo ya se estaba empezando a poner feo, el sol hacía tiempo que no asomaba y el camino se dirigía hacia donde se cerraba la niebla. Así fue, en un momento estábamos en medio de una niebla bastante densa que no te permitía ver lo que había en unos 50 metros. Cuando podíamos ver un lago no se podía ver lo que había al otro lado y se convertía en algo hasta tenebroso. Seguíamos subiendo por un camino irregular, como todos los que había con descansillos y pequeñas bajadas, el concepto de constante no existe allí. El camino era tan pedregoso y escarpado que cuando había una zona de tierra y hierba nuestros pies nos lo agradecían y pisar aquellas zonas húmedas y de tierra blanda era casi paradisíaco.
-La densa niebla provocó que perdiéramos el camino un par de veces, aparte de mirar el camino, como ya no nos podíamos recrear en el paisaje sólo estábamos atentos a las hitas y mojones que señalaban el camino correcto. Otro de los atractivos de la ruta es el contacto con otras personas, la mayoría de las veces sólo se cruza un ¡hola!, pero a veces se entabla una pequeña conversación casi siempre sobre la duración y la dureza de la ruta hasta el siguiente refugio. En cuanto al grupo, mientras el camino lo permitiese se podía hablar de cualquier tema, la variedad de ellos era impresionante, desde mecánica hasta las anacondas, pasando por anécdotas personales e historietas varias. El buen rollo y en muchas ocasiones las risas eran la sintonía principal, uno de los que no paró en todo el viaje fue Curro, hay que ver que ánimo tiene este tío, no es de extrañar que compita en bici. Conforme iba avanzando la ruta la confianza fue aumentando, los temas de conversación fueron cambiando y los esfínteres se fueron relajando. Si se oía alguna vibración por detrás del grupo, mirabas hacia atrás y podías encontrar a Curro o a Anémico con las manos hacia atrás y con cara de inocencia, cual jubilado en paseo de Domingo.
-Seguimos subiendo el Coll de la Crestada atravesando la niebla y cada vez el grupo se iba separando más e íbamos más callados, síntoma de que los ánimos iban bajando. La niebla, la aclimatación a la altitud y el cansancio por la falta de sueño eran los principales factores. Cuando coronamos, nos esperaba un tramo de bajada muy pronunciada y muy pedregosa. Este pedregal o canchal no es de piedra pequeña sino de grandes pedrolos, el que menos tenía 30 cm en cualquiera de sus 3 ejes del espacio y había que poner en juego todo el equilibrio posible y apoyar con cuidado el pie para no caernos y clavarnos alguna de las aristas de las rocas. Esta zona se hace muy lenta, nos damos cuenta aquí, y luego más abajo que lo difícil de estos caminos no son las subidas sino las bajadas, las rodillas sufren mucho más y el paso de cualquier escalón se hace más lento para apoyar bien y por el miedo a caerse, cosa que no ocurre en las subidas, por inclinadas que sean.
-Bajamos un par de lagos y cuando llegamos a otro parece que el camino se aplana un poco, vemos también que hay una especie de muro que actúa de presa y nos incita a pensar que el refugio estaba allí. Seguimos andando y al ver que todavía nos quedaba otro tramo de bajada pronunciada, nos merma aún más la moral, ya sólo vamos pensando en llegar al refugio a descansar y el disfrute se ha ido transformando en sufrimiento.
-Este último tramo de bajada iba muy cerca de un arroyo que salpicaba con agua el camino y en muchos tramos que había que descender por roca desnuda había que llevar cuidado para no resbalarse, cosa que no fue suficiente pues por lo menos yo me dí una culada en uno de los escalones naturales. Tanta era la humedad que al llegar al refugio llevaba la mochila mojada por la parte exterior. Algunos de los escalones eran tan pronunciados que había que bajarlos apoyando el trasero y las manos en la roca e impulsándose hacia adelante para caer en el siguiente nivel. El grupo aquí se separó en dos, cuanto antes se llegara al refugio mejor. Rosi iba ya muy cansada en la bajada y se notaba por la forma de bajar cada escalón que no iba bien, a su ritmo llegamos el segundo grupo al refugio y una vez allí respiramos tranquilos, parecía que no íbamos a llegar nunca.
-Llegaríamos a eso de las 6 al refugio de Restanca y a las 7 era la cena, que según recordaba era de tres platos así que ya estaba frotándome las manos. El menú fue exquisito, de primero sopa de ajo, de segundo lentejas, de tercero carne en salsa y de postre yogur de fresa al que Paco no pudo resistirse. Al terminar la cena discutimos lo que quedaba de ruta con pesimismo unos y otros con realismo pero ninguno con optimismo diría yo. El tiempo no nos había acompañado mucho ese día y al día siguiente nos esperaba la etapa más dura. Además parece que había algún error en los carteles porque nos salían 6 horas hasta el primer refugio del día siguiente, que era sólo la mitad de la ruta. Las ideas de darse la vuelta y volver a los coches el día siguiente rondaron las cabezas. Pero tras examinar el mapa y consultar a unos compañeros de ruta catalanes decidimos hacer la ruta y si hay algún problema quedarnos en el primer refugio de la etapa, el de Colomers. Nosotros teníamos que llegar al Amitges, el doble de lejos, a unas 7 horas aproximadamente y con el Puerto de la Ratera por medio, más duro que el que habíamos hecho ese día.
-El refugio era muy acogedor, las habitaciones eran de 12, 6 arriba y 6 abajo y aunque los “colchones” no eran muy gruesos, todos dormimos bien con concierto incluido. Los instrumentos de aire sonaron por todos sus orificios. A las 10 apagaron las luces y a las 7 ya estábamos levantándonos. El desayuno fue más normal, con galletas, magdalenas, tostadas de mantequilla, mermelada, queso de untar y crema de chocolate. Yo estaba en una mesa con Pepegar y María José, y los demás en otra mesa. Me hizo gracia ver como unos guiris se reían viendo la conversación tan escandalosa y graciosa que tenían en la mesa murciana. Éramos la alegría de la huerta allí donde íbamos, la frialdad del norte hacía de las cenas muy silenciosas en los refugios si no fuera por nosotros. Hasta los camareros se contagiaban del buen rollo, era inevitable.
-Salimos a eso de las 8:40 del domingo de Restanca y nos tocaba subir lo que habíamos bajado al día siguiente. Seguía estando el cielo encapotado y con niebla, pero salimos animados. Cuando llegamos a la última parte de la subida, en el pedregal, el cielo empezó a despejar, y como si del mejor regalo se tratara se empezaban a ver los lagos y los paisajes que no habíamos podido ver al día siguiente. Como si a un niño acostumbrado a mala comida le das un caramelo. En ese momento todos estábamos eufóricos, los pelos se ponían de gallina, porque veíamos que el día escampaba, que se podía hacer la ruta completa y que encima íbamos a disfrutar del paisaje. Tomamos el desvío hacia Colomers y subimos un pequeño puerto que arriba nos muestra un valle con dos grandes lagos. Mientras bajamos, el sonido de los cencerros de las vacas nos anima aún más. Cuando estamos en la falda del valle hacemos una pequeña parada para tomar unas barritas y tenemos las vacas a menos de 50 metros, vemos como una se rasca la cabeza con una roca y otra se acerca para vernos pasar.
-Ahora tenemos que subir la otra pared del valle, que en mapa aparece como el Port de Caldes, no parece muy difícil, y con el ánimo y las fuerzas que llevábamos así se hizo. Mientras subíamos, podíamos contemplar la senda por la que habíamos bajado y nos damos cuenta del gran desnivel que se salva a base de paciencia y andar. Cuando coronamos este puerto, nos queda como una hora de bajada hasta Colomers, la temperatura sigue subiendo y hasta nos ponemos de manga corta para que el sol rebote en nuestros brazos. La primera parte de la bajada era más escarpada, como no, con curvas en “z” y con pendiente. Más abajo llegamos al cauce de un arroyo y vamos paralelos a él hasta llegar a Colomers. Cruzamos muchas veces el río saltando piedras, es una cosa que por las zonas secas no estamos acostumbrados a hacer y que sólo vemos en las películas. Otro aspecto es el del agua, si se te acababa o te apetecía podías cargar si el arroyo estaba alto y el agua sabía mejor incluso que las embotelladas, suerte que toda la que cogimos nos sentó bien porque nunca estás seguro de que tenga bichos.
-Cuando ya llegamos cerca del Colomers, Pepegar y Pablo fueron a coger agua del refugio para asegurarse que sea potable y los demás hacemos una parada en un cruce que generó una discusión que se solucionó al sacar el mapa y apartar las mochilas que tapaban las señales pintadas en la piedra. Bajamos hasta la presa de Colomers y la cruzamos, para después seguir subiendo un pequeño puerto que nos llevaría otra vez a los lagos de alta montaña. Antes de empezar esa subida nuestra Rosika nos da el susto del día y se da un pequeño resbalón que por suerte, el impacto se lo llevó la mochila. Esa zona se ve que no era muy alta ya que había abundante arbolado, durante la subida había algunos árboles que daban sombra y mucha gente sin mochila y con niños y perros, signo de que había alguna carretera cerca y se habían ido allí para darse un paseo por el monte.
-Al coronar ese pequeño puerto llegamos a un altiplano con varios lagos en diferentes niveles, el primero que nos encontramos es el más bajo, con una pequeña isla en medio que no tardamos en comparar con la Perdiguera. Seguimos el camino y encontramos otro un poco más alto que el anterior, y más grande, a él desemboca un arroyuelo de agua y cerca de él en un apartado comemos. Ese día nos apetece cocinar y algunos se hacen sus sopas rápidamente para no perder mucho tiempo mientras que los demás comemos comida preparada. Comer en ese paraje hace la comida más sabrosa si cabe. Recogemos y seguimos ascendiendo hasta el lago más alto y más grande, el Estany Obago para después de cruzarlo ascender el Col de la Ratera que tanto temíamos. La subida tiene mucha pendiente, vamos subiendo muchos metros en poco tiempo, además la senda no está excesivamente complicada y no hay muchas piedras. Conforme vamos subiendo, el gran lago Obago se va alejando hasta parecer un charco, y arriba del todo se ven los demás lagos en sus diferentes alturas. También divisamos el camino recorrido, apenas se ve como un hilillo fino que discurre por un lado del lago, parece mentira todo el desnivel que se acumula a lo largo del día.
-Coronamos el puerto y en esa zona el cielo se encapota un poco hasta que no bajamos un poco no vemos el paisaje despejado. De todas maneras por la tarde se movieron algunas nubes y durante la bajada hizo poco sol. Aprovechamos una zona que había con cobertura y llamamos para que al día siguiente nos cambiaran el refugio de Ventosa por Estany Llong pero éste estaba lleno a reventar. Hacer la ruta del día siguiente sin dormir en Estany Llong era imposible, cuando lleguemos al refugio teníamos que pensar en qué hacemos. Íbamos ya cansados como es natural después del día tan largo, nos encontramos con unos guiris que nos dijeron que quedaba una hora al refugio y ya afrontamos esa última parte de ruta como los ciclistas cuando están llegando a la meta ya muy cansados pero a su ritmo, que están andando pero casi no se dan cuenta. La bajada se hace lenta, cruzamos un par de canchales de esos con bastante pendiente que si te caes te haces pupa y en una de las vaguadas se ven las nubes cruzar la montaña y luego descender con ella como si de un fluido se tratara. En otra pequeña arista, nos sopló mucho aire cargado de agua y niebla que me recordaba a la arista de la Sagra antes de coronar, donde siempre sopla aire. Antes de llegar al refugio cruzamos una mini-presa en la que el nivel del agua está justo en el nivel del hormigón, y se ve perfectamente el fondo del lago. Tras cruzarlo reflexioné sobre lo que ocurriría si te caes en esa agua tan fría y con la mochila tan cargada y me quedé intrigado en si flotaría o me hundiría como un lastre.
-A las 6 y pico llegamos a Amitges, era un refugio más pequeño que el anterior pero tenía lo necesario para alojar y dar de comer al personal. Aquí las habitaciones eran enormes, podíamos caber 50 personas en cada habitación y el pasillo desde mi cama que era la última hasta la puerta era larguísimo. Al llegar, en la zona odnde se dejan las mochilas y las botas nos encontramos con tres chicas jóvenes a las que no quitábamos ojo, pues iban vestidas con ropa impecable e incluso una de ellas llevaba los ojos pintados. Entre nosotros se ganaron el apodo de “Las 3 Barbies” y después de irnos del refugio y varios días después nos preguntábamos hasta donde habrían llegado, pues parecían muy finas cuando en el monte lo normal es encontrar gente dura.
-La cena nos volvió a sorprender, sopa de fideos, lentejas, carne, y peras de postre, el menú ideal para al día siguiente estar todo el día produciendo gases. Ya creíamos que allí las lentejas eran el plato típico. Después de la cena, barajamos muchas posibilidades, tras hablar con una de las camareras del refugio decidimos que bajaríamos al día siguiente desde allí hasta Espot, uno de los principales pueblos de la zona, para coger por la tarde el autobús que nos llevaría hasta los coches.
-Al día siguiente (Lunes) amaneció despejado, nos esperaba una etapa fácil, todo por pista y de bajada hacia el pueblo. Cuando empezamos a bajar por la pista empiezan a aparecer otros lagos pequeños, uno de ellos con muchos patos, y los árboles empiezan a tapar el suelo, signo de que empezamos a perder altura. Esa zona empieza a ser ya la típica de postal, una pista que discurre por un valle con pinos y abetos, y montañas que se elevan hacia los lados y a las que puedes dirigir la mirada mientras andas ya que el camino es fácil. Muchos árboles están tirados en el suelo, según los carteles informativos, allí se dejan descomponer solos y no se aprovechan para madera, para seguir el ciclo de la naturaleza. Cruzamos algunos ríos que iban, como nosotros a desembocar al Estany de Sant Maurici. Allí teníamos un paisaje de foto, un gran estanque rodeado de grandes picos y árboles por todos lados, no es el paisaje tan desolador de piedras y hierba al que estábamos acostumbrados más arriba. Mientras descansamos, los caballos se acercaron a curiosear lo que llevamos en las mochilas y hasta dos veces los tuvimos que apartar para que no nos quitaran nuestras pertenencias. Desde allí nos quedaban unas dos horas de senda fácil hasta Espot.
-Durante ese tramo íbamos paralelos a un riachuelo y la senda en ocasiones se adentraba en la sombra de los grandes abetos y pinos negros. En otro descansillo paramos a refrescar nuestros pies en las frías aguas del río. No se podía mantener los pies mucho tiempo en el agua, si no se sacaban pronto se te helaban como cubitos. Mientras estábamos descansando me puse a curiosear las flores de la zona. Había una especie de cardo que era muy común, luego cerca del río solían haber muchos tipos de orquídeas, y ya en casi todo el recorrido eran muy comunes las pequeñas flores violetas que creo que eran de arándanos y ya con la ayuda de unas guías se podían reconocer algunas gencianas, y algunas flores de los pirineos o flor de lis. Son muy diferentes a la flora de Murcia, había también una especie de labiada, parecida al tomillo, pero autóctona de aquella zona. También vimos algunas rosas silvestres y gracias a los carteles, se pueden reconocer caducifolios como el haya, el álamo temblón y el fresno. Además, un poco más adelante nos encontramos una zona repleta de mariposas y parece que estábamos en un cuento de esos de hadas que a mí de pequeño no me gustaban.
-Cuando llegamos a Espot, lo primero que hicimos fue entrar a un bar a tomar un refrigerio. Estuvimos hablando con el jefe que sabía bastante y nos recomendó un sitio para comer y unos apartamentos para dormir así que nos vino la feliz idea de quedarnos a dormir ese día y para ir más tranquilos al día siguiente coger el autobús temprano que nos llevara a los coches. En el piso comimos de la comida que llevábamos en las mochilas que había sobrado por la ruta que no hicimos ese día. Descansamos brevemente y bajamos a tomarnos un café y a visitar el pueblo. Esta parte del viaje también tenía su encanto, el pueblo era pequeño, con todas las calles empedradas y en casi todas las casas y en cada esquina un macetero con flores de esas en campana. Todos los tejados de las casas eran de pizarra y los muros de piedra de un grosor de unos 50 centímetros para que no pasara el frío en los cortos días de invierno. Uno de los puentes del pueblo era románico, así como una torre vigía que había en lo alto de un cabezo. Terminamos de visitar el pueblo y las tiendas y enseguida buscamos un sitio para cenar.
-Encontramos un sitio acogedor y rústico, con radios antiguas, utensilios de agricultura y cabezas de cabras pegadas en las paredes. Cenamos nuestros dos platos bien llenos de comida cada uno y durante casi toda la cena estuvimos contando chistes. No me había reído tanto escuchando chistes en mi vida, era uno detrás de otro, y así toda la cena. Salimos todos de allí con agujetas en los abdominales. Si logro retener una décima parte de los chistes que contamos tengo repertorio para rato. Después de la cena buscamos un garito donde tomar algo, fuimos a uno que estaba bien, al principio un poco raro por la música tecno y con las paredes de piedra que parece que no pegaba pero luego nos fuimos acostumbrando. Jugamos unas buenas partidas de futbolín y descubrimos que Paco está hecho un virtuoso del tema. Dormimos más anchos que largos en nuestras camicas del apartamento y al día siguiente nos levantamos temprano para coger el autobús de las 9:15. El auto, no era auto, sino que era micro, microbús y el conductor era un poco bizco. Menos mal que no lo distrajimos porque el tío iba bastante rápido por esas carreteras tan estrechas. Mientras íbamos en autobús, uno de los atractivos fue el Port de la Bonaigua, que subía por un espectacular valle por una carretera con curvas en herradura en la que adelantamos a varios esforzados ciclistas. Sentimos algo de empatía y al adelantarlos les dábamos ánimo en silencio desde el autobús, nos daba cierta envidia verlos. Luego en el descenso del puerto también nos imaginábamos como sería en bici bajar por allí a tropecientos por hora y con las llantas ardiendo al frenar en cada curva. Cuando llegamos a Vielha, se subieron tres bikers al autobús, todo eso nos hizo ver que por aquella zona también se puede practicar el MTB.
-Llegamos a mediodía cerca de la presa de Cavallers donde cogimos los coches y cambiamos la rueda del coche de Pepe que estaba pinchada. Bajamos a comer a Barruera, tipo tapas, y algunos después de la comida ya estábamos pensando en la cena. El camping de Barruera estaba hasta los topes y nos fuimos a Taüll. Allí nos atendió una recepcionista singular con un pendiente bovino que más tarde según el testimonio de Curro y Pablo parece que alucinaba un poco con duendecillos y demás. Por la tarde, varios del grupo visitaron la iglesia románica de Taüll, y subieron a su torre. Luego fuimos a cenar al pueblo a un sitio que nos recomendaron en el camping. El restaurante luego resultó ser demasiado señorial, pero eso no impidió que soltáramos alguna que otra carcajada. Comimos bien de lo lindo, carne a tutti plen y de calidad, tanto que luego se vió en la factura de la cena. Después de cenar buscamos algún sitio para tomar algo como la noche anterior, pero esta vez no hubo suerte y nos acostamos temprano para al día siguiente afrontar el viaje de vuelta descansados.
-El Miércoles nos levantamos temprano y salimos de Barruera desayunados a eso de las 9:40. Ya en el desayuno estábamos todos preparándonos para despedirnos de aquel lugar, y el cansancio acumulado también se notaba por lo que estábamos menos animados. Hicimos un par de paradas, comimos en un flash una comida a base de bocadillos en Calamocha y llegamos a eso de las 6:30 a Murcia donde fui el primero en despedirme.
-Mientras iba de camino a mi casa, por las calles de Murcia casi desiertas, iba con la lágrima en el ojo y no podía dejar de pensar en los días que habíamos pasado, y aunque no tenía pensado escribir ninguna crónica creo que esta vez iba a merecer la pena perder un poco de mi tiempo, ya que como dije allí, una ruta de estas no se hace todos los días.
-Creo que una de las cosas que han hecho de esta travesía y estos días tan especiales sois vosotros. Sea una ruta en bici o lo que sea, todo el mundo que os conoce y sale con vosotros suele decir lo mismo, lo que más le ha gustado ha sido la compañía y es que es verdad, no se la suerte que he tenido con conoceros. Sois únicos, con vosotros nadie se aburre y tenéis siempre una alegría encima que contagiáis a quien sea. Gracias a todos por ser como sois. Gracias a Pepegar, a Anémico Pepe, a Curro, a Paco y a Pablo. La alegría de la huerta.
-No me olvido de vosotras tampoco chicas, es de agradecer el esfuerzo que habéis hecho, pues creo que sois las que más os habéis superado, al final lo habéis pasado tan bien o más como nosotros. Además habéis dado un punto de sensatez al grupo que nos hubiera faltado sin vosotras. Gracias a Rosa y a María José. Tenemos un pádel pendiente.
GRACIAS A TODOS
UN SALUDO
Eso es lo que decía un folleto que significaba “Aigüestortes”. Al parecer, ese nombre viene de la sedimentación al paso de los años de los lagos más inferiores en altitud, y que tienden a formar muchos regueros de agua que serpentean formando las aguas tortuosas.
-En algún día de Julio de cuya cifra no logro acordarme, Anémico Pepe, como lo conocemos en el foro propuso una nueva travesía por los Pirineos para este verano. Yo, como amante de la montaña me interesé desde el principio, tenía unas ganas tremendas ya que durante este año quise realizar algunas salidas que al final no hice así que no podía dejar pasar la oportunidad. Una de las cosas que me empujó mucho a embarcarme en este viaje fue el ver las impresionantes fotos de la travesía del año pasado en Ordesa, aunque no fuera lo mismo, yo también quería estar allí. Conociendo al rebaño, la lista de apuntados que había era de primera clase, y la diversión y el buen rollo estaban asegurados. Una pena que no vinieran algunos, si no nos tienen que sacar de allí en helicóptero por fractura de la caja torácica. Tampoco pudo venir nuestro amigo y guía que, conocedor del terreno, nos había preparado el itinerario de la ruta.
-Después de navegar y rebuscar por la red, una pequeña reunión, y unas cuantas llamadas nos encontramos todos a media noche del viernes 13 preparados y dispuestos a salir. Ocho éramos los intrépidos: Pepe Conesa, Pepe García, Curro, Paco, Pablo, Rosa, María José y el que escribe. Durante ese día llovió e incluso granizó con fuerza, las predicciones decían que durante el camino se esperaban tormentas, de hecho antes de llegar a Valencia vimos muchos relámpagos pero luego no cayó ni una gota. Hicimos tres paradas, dos de café y una de desayuno ya en pleno Pirineo. Una de las cosas que más me impactó fue ya por la mañana, llegando a nuestro destino, al abrir la ventana del Volks y respirar ese aire fue como el mejor elixir, un aire fresco, suave, con una mezcla indescriptible de madera húmeda, como si se tratara del mejor anuncio de dentífrico. Por supuesto el sentido visual también lo teníamos alerta, ante nosotros se mostraban unos espléndidos paisajes, reliquias naturales de belleza incomparable, cada kilómetro, cada valle era espectacular y todo eso sin andar un paso.
-Con los turnos que íbamos haciendo se podía, más que dormir, descansar algo y en uno de los últimos tramos que me tocó conducir terminé tan cansado como si ya hubiera hecho cualquier ruta, así que cuando llegamos a la Presa de Cavallers ya avanzada la mañana del sábado íbamos todos un poco cansados y todavía no había empezado la travesía. Aún así la ilusión relucía en nuestros rostros y estábamos llenos de ganas por empezar la ruta y deleitarnos con los paisajes.
-Comenzamos nuestra andadura bajo la presa, veíamos una mole gigante de hormigón y teníamos que subir por la parte derecha de la presa para coger el camino que nos llevaría al refugio de Ventosa. El camino era encantador, iba pegado al agua y por un valle en el que se veían a lo alto unos picos por encima de las nubes con nieves perpetuas y si dirigías la mirada a ellos y seguías andando corrías el peligro de darte un chapuzón. Más tarde, al llegar al refugio de ese día nos dimos cuenta de que el camino era así, tenías que ir constantemente pendiente de lo que tenías delante de tus pies porque casi nunca el camino era liso y había muchas, pero muchas piedras. Cada vez que levantábamos la vista era un regalo, mientras íbamos andando, como no podíamos mirar a otra cosa que no fuera el camino lo que podíamos hacer era “imaginar” lo que había, como si sintiésemos un aura de lo que hay alrededor.
-Desde la presa al primer refugio era prácticamente todo subida y salvo unas cuantas confusiones del camino, se hizo bastante rápido y llevadero, además de que el tiempo nos acompañó, sol y nubes a tiempos casi iguales y buena temperatura como para subir en manga corta. Mientras subíamos, en unas rocas pudimos ver fugazmente un animalillo que se camuflaba muy bien en las rocas que parecía una mezcla entre zorro y ardilla que después den los carteles intenté clasificar como un armiño. Decidimos no acercarnos al refugio y seguir andando para comer más adelante, pues nos quedaba todavía mucho camino por delante. Desde Ventosa en adelante el camino empezaría a ser como nos lo encontraríamos el resto de la ruta, los árboles iban desapareciendo y quedando abajo cerca de la presa y sólo encontraríamos pasto bajo, muchos lagos y muchas piedras, en toda la ruta de tono claro, como de mármol.
-Cuando paramos a comer en un apartado con poco viento el tiempo ya se estaba empezando a poner feo, el sol hacía tiempo que no asomaba y el camino se dirigía hacia donde se cerraba la niebla. Así fue, en un momento estábamos en medio de una niebla bastante densa que no te permitía ver lo que había en unos 50 metros. Cuando podíamos ver un lago no se podía ver lo que había al otro lado y se convertía en algo hasta tenebroso. Seguíamos subiendo por un camino irregular, como todos los que había con descansillos y pequeñas bajadas, el concepto de constante no existe allí. El camino era tan pedregoso y escarpado que cuando había una zona de tierra y hierba nuestros pies nos lo agradecían y pisar aquellas zonas húmedas y de tierra blanda era casi paradisíaco.
-La densa niebla provocó que perdiéramos el camino un par de veces, aparte de mirar el camino, como ya no nos podíamos recrear en el paisaje sólo estábamos atentos a las hitas y mojones que señalaban el camino correcto. Otro de los atractivos de la ruta es el contacto con otras personas, la mayoría de las veces sólo se cruza un ¡hola!, pero a veces se entabla una pequeña conversación casi siempre sobre la duración y la dureza de la ruta hasta el siguiente refugio. En cuanto al grupo, mientras el camino lo permitiese se podía hablar de cualquier tema, la variedad de ellos era impresionante, desde mecánica hasta las anacondas, pasando por anécdotas personales e historietas varias. El buen rollo y en muchas ocasiones las risas eran la sintonía principal, uno de los que no paró en todo el viaje fue Curro, hay que ver que ánimo tiene este tío, no es de extrañar que compita en bici. Conforme iba avanzando la ruta la confianza fue aumentando, los temas de conversación fueron cambiando y los esfínteres se fueron relajando. Si se oía alguna vibración por detrás del grupo, mirabas hacia atrás y podías encontrar a Curro o a Anémico con las manos hacia atrás y con cara de inocencia, cual jubilado en paseo de Domingo.
-Seguimos subiendo el Coll de la Crestada atravesando la niebla y cada vez el grupo se iba separando más e íbamos más callados, síntoma de que los ánimos iban bajando. La niebla, la aclimatación a la altitud y el cansancio por la falta de sueño eran los principales factores. Cuando coronamos, nos esperaba un tramo de bajada muy pronunciada y muy pedregosa. Este pedregal o canchal no es de piedra pequeña sino de grandes pedrolos, el que menos tenía 30 cm en cualquiera de sus 3 ejes del espacio y había que poner en juego todo el equilibrio posible y apoyar con cuidado el pie para no caernos y clavarnos alguna de las aristas de las rocas. Esta zona se hace muy lenta, nos damos cuenta aquí, y luego más abajo que lo difícil de estos caminos no son las subidas sino las bajadas, las rodillas sufren mucho más y el paso de cualquier escalón se hace más lento para apoyar bien y por el miedo a caerse, cosa que no ocurre en las subidas, por inclinadas que sean.
-Bajamos un par de lagos y cuando llegamos a otro parece que el camino se aplana un poco, vemos también que hay una especie de muro que actúa de presa y nos incita a pensar que el refugio estaba allí. Seguimos andando y al ver que todavía nos quedaba otro tramo de bajada pronunciada, nos merma aún más la moral, ya sólo vamos pensando en llegar al refugio a descansar y el disfrute se ha ido transformando en sufrimiento.
-Este último tramo de bajada iba muy cerca de un arroyo que salpicaba con agua el camino y en muchos tramos que había que descender por roca desnuda había que llevar cuidado para no resbalarse, cosa que no fue suficiente pues por lo menos yo me dí una culada en uno de los escalones naturales. Tanta era la humedad que al llegar al refugio llevaba la mochila mojada por la parte exterior. Algunos de los escalones eran tan pronunciados que había que bajarlos apoyando el trasero y las manos en la roca e impulsándose hacia adelante para caer en el siguiente nivel. El grupo aquí se separó en dos, cuanto antes se llegara al refugio mejor. Rosi iba ya muy cansada en la bajada y se notaba por la forma de bajar cada escalón que no iba bien, a su ritmo llegamos el segundo grupo al refugio y una vez allí respiramos tranquilos, parecía que no íbamos a llegar nunca.
-Llegaríamos a eso de las 6 al refugio de Restanca y a las 7 era la cena, que según recordaba era de tres platos así que ya estaba frotándome las manos. El menú fue exquisito, de primero sopa de ajo, de segundo lentejas, de tercero carne en salsa y de postre yogur de fresa al que Paco no pudo resistirse. Al terminar la cena discutimos lo que quedaba de ruta con pesimismo unos y otros con realismo pero ninguno con optimismo diría yo. El tiempo no nos había acompañado mucho ese día y al día siguiente nos esperaba la etapa más dura. Además parece que había algún error en los carteles porque nos salían 6 horas hasta el primer refugio del día siguiente, que era sólo la mitad de la ruta. Las ideas de darse la vuelta y volver a los coches el día siguiente rondaron las cabezas. Pero tras examinar el mapa y consultar a unos compañeros de ruta catalanes decidimos hacer la ruta y si hay algún problema quedarnos en el primer refugio de la etapa, el de Colomers. Nosotros teníamos que llegar al Amitges, el doble de lejos, a unas 7 horas aproximadamente y con el Puerto de la Ratera por medio, más duro que el que habíamos hecho ese día.
-El refugio era muy acogedor, las habitaciones eran de 12, 6 arriba y 6 abajo y aunque los “colchones” no eran muy gruesos, todos dormimos bien con concierto incluido. Los instrumentos de aire sonaron por todos sus orificios. A las 10 apagaron las luces y a las 7 ya estábamos levantándonos. El desayuno fue más normal, con galletas, magdalenas, tostadas de mantequilla, mermelada, queso de untar y crema de chocolate. Yo estaba en una mesa con Pepegar y María José, y los demás en otra mesa. Me hizo gracia ver como unos guiris se reían viendo la conversación tan escandalosa y graciosa que tenían en la mesa murciana. Éramos la alegría de la huerta allí donde íbamos, la frialdad del norte hacía de las cenas muy silenciosas en los refugios si no fuera por nosotros. Hasta los camareros se contagiaban del buen rollo, era inevitable.
-Salimos a eso de las 8:40 del domingo de Restanca y nos tocaba subir lo que habíamos bajado al día siguiente. Seguía estando el cielo encapotado y con niebla, pero salimos animados. Cuando llegamos a la última parte de la subida, en el pedregal, el cielo empezó a despejar, y como si del mejor regalo se tratara se empezaban a ver los lagos y los paisajes que no habíamos podido ver al día siguiente. Como si a un niño acostumbrado a mala comida le das un caramelo. En ese momento todos estábamos eufóricos, los pelos se ponían de gallina, porque veíamos que el día escampaba, que se podía hacer la ruta completa y que encima íbamos a disfrutar del paisaje. Tomamos el desvío hacia Colomers y subimos un pequeño puerto que arriba nos muestra un valle con dos grandes lagos. Mientras bajamos, el sonido de los cencerros de las vacas nos anima aún más. Cuando estamos en la falda del valle hacemos una pequeña parada para tomar unas barritas y tenemos las vacas a menos de 50 metros, vemos como una se rasca la cabeza con una roca y otra se acerca para vernos pasar.
-Ahora tenemos que subir la otra pared del valle, que en mapa aparece como el Port de Caldes, no parece muy difícil, y con el ánimo y las fuerzas que llevábamos así se hizo. Mientras subíamos, podíamos contemplar la senda por la que habíamos bajado y nos damos cuenta del gran desnivel que se salva a base de paciencia y andar. Cuando coronamos este puerto, nos queda como una hora de bajada hasta Colomers, la temperatura sigue subiendo y hasta nos ponemos de manga corta para que el sol rebote en nuestros brazos. La primera parte de la bajada era más escarpada, como no, con curvas en “z” y con pendiente. Más abajo llegamos al cauce de un arroyo y vamos paralelos a él hasta llegar a Colomers. Cruzamos muchas veces el río saltando piedras, es una cosa que por las zonas secas no estamos acostumbrados a hacer y que sólo vemos en las películas. Otro aspecto es el del agua, si se te acababa o te apetecía podías cargar si el arroyo estaba alto y el agua sabía mejor incluso que las embotelladas, suerte que toda la que cogimos nos sentó bien porque nunca estás seguro de que tenga bichos.
-Cuando ya llegamos cerca del Colomers, Pepegar y Pablo fueron a coger agua del refugio para asegurarse que sea potable y los demás hacemos una parada en un cruce que generó una discusión que se solucionó al sacar el mapa y apartar las mochilas que tapaban las señales pintadas en la piedra. Bajamos hasta la presa de Colomers y la cruzamos, para después seguir subiendo un pequeño puerto que nos llevaría otra vez a los lagos de alta montaña. Antes de empezar esa subida nuestra Rosika nos da el susto del día y se da un pequeño resbalón que por suerte, el impacto se lo llevó la mochila. Esa zona se ve que no era muy alta ya que había abundante arbolado, durante la subida había algunos árboles que daban sombra y mucha gente sin mochila y con niños y perros, signo de que había alguna carretera cerca y se habían ido allí para darse un paseo por el monte.
-Al coronar ese pequeño puerto llegamos a un altiplano con varios lagos en diferentes niveles, el primero que nos encontramos es el más bajo, con una pequeña isla en medio que no tardamos en comparar con la Perdiguera. Seguimos el camino y encontramos otro un poco más alto que el anterior, y más grande, a él desemboca un arroyuelo de agua y cerca de él en un apartado comemos. Ese día nos apetece cocinar y algunos se hacen sus sopas rápidamente para no perder mucho tiempo mientras que los demás comemos comida preparada. Comer en ese paraje hace la comida más sabrosa si cabe. Recogemos y seguimos ascendiendo hasta el lago más alto y más grande, el Estany Obago para después de cruzarlo ascender el Col de la Ratera que tanto temíamos. La subida tiene mucha pendiente, vamos subiendo muchos metros en poco tiempo, además la senda no está excesivamente complicada y no hay muchas piedras. Conforme vamos subiendo, el gran lago Obago se va alejando hasta parecer un charco, y arriba del todo se ven los demás lagos en sus diferentes alturas. También divisamos el camino recorrido, apenas se ve como un hilillo fino que discurre por un lado del lago, parece mentira todo el desnivel que se acumula a lo largo del día.
-Coronamos el puerto y en esa zona el cielo se encapota un poco hasta que no bajamos un poco no vemos el paisaje despejado. De todas maneras por la tarde se movieron algunas nubes y durante la bajada hizo poco sol. Aprovechamos una zona que había con cobertura y llamamos para que al día siguiente nos cambiaran el refugio de Ventosa por Estany Llong pero éste estaba lleno a reventar. Hacer la ruta del día siguiente sin dormir en Estany Llong era imposible, cuando lleguemos al refugio teníamos que pensar en qué hacemos. Íbamos ya cansados como es natural después del día tan largo, nos encontramos con unos guiris que nos dijeron que quedaba una hora al refugio y ya afrontamos esa última parte de ruta como los ciclistas cuando están llegando a la meta ya muy cansados pero a su ritmo, que están andando pero casi no se dan cuenta. La bajada se hace lenta, cruzamos un par de canchales de esos con bastante pendiente que si te caes te haces pupa y en una de las vaguadas se ven las nubes cruzar la montaña y luego descender con ella como si de un fluido se tratara. En otra pequeña arista, nos sopló mucho aire cargado de agua y niebla que me recordaba a la arista de la Sagra antes de coronar, donde siempre sopla aire. Antes de llegar al refugio cruzamos una mini-presa en la que el nivel del agua está justo en el nivel del hormigón, y se ve perfectamente el fondo del lago. Tras cruzarlo reflexioné sobre lo que ocurriría si te caes en esa agua tan fría y con la mochila tan cargada y me quedé intrigado en si flotaría o me hundiría como un lastre.
-A las 6 y pico llegamos a Amitges, era un refugio más pequeño que el anterior pero tenía lo necesario para alojar y dar de comer al personal. Aquí las habitaciones eran enormes, podíamos caber 50 personas en cada habitación y el pasillo desde mi cama que era la última hasta la puerta era larguísimo. Al llegar, en la zona odnde se dejan las mochilas y las botas nos encontramos con tres chicas jóvenes a las que no quitábamos ojo, pues iban vestidas con ropa impecable e incluso una de ellas llevaba los ojos pintados. Entre nosotros se ganaron el apodo de “Las 3 Barbies” y después de irnos del refugio y varios días después nos preguntábamos hasta donde habrían llegado, pues parecían muy finas cuando en el monte lo normal es encontrar gente dura.
-La cena nos volvió a sorprender, sopa de fideos, lentejas, carne, y peras de postre, el menú ideal para al día siguiente estar todo el día produciendo gases. Ya creíamos que allí las lentejas eran el plato típico. Después de la cena, barajamos muchas posibilidades, tras hablar con una de las camareras del refugio decidimos que bajaríamos al día siguiente desde allí hasta Espot, uno de los principales pueblos de la zona, para coger por la tarde el autobús que nos llevaría hasta los coches.
-Al día siguiente (Lunes) amaneció despejado, nos esperaba una etapa fácil, todo por pista y de bajada hacia el pueblo. Cuando empezamos a bajar por la pista empiezan a aparecer otros lagos pequeños, uno de ellos con muchos patos, y los árboles empiezan a tapar el suelo, signo de que empezamos a perder altura. Esa zona empieza a ser ya la típica de postal, una pista que discurre por un valle con pinos y abetos, y montañas que se elevan hacia los lados y a las que puedes dirigir la mirada mientras andas ya que el camino es fácil. Muchos árboles están tirados en el suelo, según los carteles informativos, allí se dejan descomponer solos y no se aprovechan para madera, para seguir el ciclo de la naturaleza. Cruzamos algunos ríos que iban, como nosotros a desembocar al Estany de Sant Maurici. Allí teníamos un paisaje de foto, un gran estanque rodeado de grandes picos y árboles por todos lados, no es el paisaje tan desolador de piedras y hierba al que estábamos acostumbrados más arriba. Mientras descansamos, los caballos se acercaron a curiosear lo que llevamos en las mochilas y hasta dos veces los tuvimos que apartar para que no nos quitaran nuestras pertenencias. Desde allí nos quedaban unas dos horas de senda fácil hasta Espot.
-Durante ese tramo íbamos paralelos a un riachuelo y la senda en ocasiones se adentraba en la sombra de los grandes abetos y pinos negros. En otro descansillo paramos a refrescar nuestros pies en las frías aguas del río. No se podía mantener los pies mucho tiempo en el agua, si no se sacaban pronto se te helaban como cubitos. Mientras estábamos descansando me puse a curiosear las flores de la zona. Había una especie de cardo que era muy común, luego cerca del río solían haber muchos tipos de orquídeas, y ya en casi todo el recorrido eran muy comunes las pequeñas flores violetas que creo que eran de arándanos y ya con la ayuda de unas guías se podían reconocer algunas gencianas, y algunas flores de los pirineos o flor de lis. Son muy diferentes a la flora de Murcia, había también una especie de labiada, parecida al tomillo, pero autóctona de aquella zona. También vimos algunas rosas silvestres y gracias a los carteles, se pueden reconocer caducifolios como el haya, el álamo temblón y el fresno. Además, un poco más adelante nos encontramos una zona repleta de mariposas y parece que estábamos en un cuento de esos de hadas que a mí de pequeño no me gustaban.
-Cuando llegamos a Espot, lo primero que hicimos fue entrar a un bar a tomar un refrigerio. Estuvimos hablando con el jefe que sabía bastante y nos recomendó un sitio para comer y unos apartamentos para dormir así que nos vino la feliz idea de quedarnos a dormir ese día y para ir más tranquilos al día siguiente coger el autobús temprano que nos llevara a los coches. En el piso comimos de la comida que llevábamos en las mochilas que había sobrado por la ruta que no hicimos ese día. Descansamos brevemente y bajamos a tomarnos un café y a visitar el pueblo. Esta parte del viaje también tenía su encanto, el pueblo era pequeño, con todas las calles empedradas y en casi todas las casas y en cada esquina un macetero con flores de esas en campana. Todos los tejados de las casas eran de pizarra y los muros de piedra de un grosor de unos 50 centímetros para que no pasara el frío en los cortos días de invierno. Uno de los puentes del pueblo era románico, así como una torre vigía que había en lo alto de un cabezo. Terminamos de visitar el pueblo y las tiendas y enseguida buscamos un sitio para cenar.
-Encontramos un sitio acogedor y rústico, con radios antiguas, utensilios de agricultura y cabezas de cabras pegadas en las paredes. Cenamos nuestros dos platos bien llenos de comida cada uno y durante casi toda la cena estuvimos contando chistes. No me había reído tanto escuchando chistes en mi vida, era uno detrás de otro, y así toda la cena. Salimos todos de allí con agujetas en los abdominales. Si logro retener una décima parte de los chistes que contamos tengo repertorio para rato. Después de la cena buscamos un garito donde tomar algo, fuimos a uno que estaba bien, al principio un poco raro por la música tecno y con las paredes de piedra que parece que no pegaba pero luego nos fuimos acostumbrando. Jugamos unas buenas partidas de futbolín y descubrimos que Paco está hecho un virtuoso del tema. Dormimos más anchos que largos en nuestras camicas del apartamento y al día siguiente nos levantamos temprano para coger el autobús de las 9:15. El auto, no era auto, sino que era micro, microbús y el conductor era un poco bizco. Menos mal que no lo distrajimos porque el tío iba bastante rápido por esas carreteras tan estrechas. Mientras íbamos en autobús, uno de los atractivos fue el Port de la Bonaigua, que subía por un espectacular valle por una carretera con curvas en herradura en la que adelantamos a varios esforzados ciclistas. Sentimos algo de empatía y al adelantarlos les dábamos ánimo en silencio desde el autobús, nos daba cierta envidia verlos. Luego en el descenso del puerto también nos imaginábamos como sería en bici bajar por allí a tropecientos por hora y con las llantas ardiendo al frenar en cada curva. Cuando llegamos a Vielha, se subieron tres bikers al autobús, todo eso nos hizo ver que por aquella zona también se puede practicar el MTB.
-Llegamos a mediodía cerca de la presa de Cavallers donde cogimos los coches y cambiamos la rueda del coche de Pepe que estaba pinchada. Bajamos a comer a Barruera, tipo tapas, y algunos después de la comida ya estábamos pensando en la cena. El camping de Barruera estaba hasta los topes y nos fuimos a Taüll. Allí nos atendió una recepcionista singular con un pendiente bovino que más tarde según el testimonio de Curro y Pablo parece que alucinaba un poco con duendecillos y demás. Por la tarde, varios del grupo visitaron la iglesia románica de Taüll, y subieron a su torre. Luego fuimos a cenar al pueblo a un sitio que nos recomendaron en el camping. El restaurante luego resultó ser demasiado señorial, pero eso no impidió que soltáramos alguna que otra carcajada. Comimos bien de lo lindo, carne a tutti plen y de calidad, tanto que luego se vió en la factura de la cena. Después de cenar buscamos algún sitio para tomar algo como la noche anterior, pero esta vez no hubo suerte y nos acostamos temprano para al día siguiente afrontar el viaje de vuelta descansados.
-El Miércoles nos levantamos temprano y salimos de Barruera desayunados a eso de las 9:40. Ya en el desayuno estábamos todos preparándonos para despedirnos de aquel lugar, y el cansancio acumulado también se notaba por lo que estábamos menos animados. Hicimos un par de paradas, comimos en un flash una comida a base de bocadillos en Calamocha y llegamos a eso de las 6:30 a Murcia donde fui el primero en despedirme.
-Mientras iba de camino a mi casa, por las calles de Murcia casi desiertas, iba con la lágrima en el ojo y no podía dejar de pensar en los días que habíamos pasado, y aunque no tenía pensado escribir ninguna crónica creo que esta vez iba a merecer la pena perder un poco de mi tiempo, ya que como dije allí, una ruta de estas no se hace todos los días.
-Creo que una de las cosas que han hecho de esta travesía y estos días tan especiales sois vosotros. Sea una ruta en bici o lo que sea, todo el mundo que os conoce y sale con vosotros suele decir lo mismo, lo que más le ha gustado ha sido la compañía y es que es verdad, no se la suerte que he tenido con conoceros. Sois únicos, con vosotros nadie se aburre y tenéis siempre una alegría encima que contagiáis a quien sea. Gracias a todos por ser como sois. Gracias a Pepegar, a Anémico Pepe, a Curro, a Paco y a Pablo. La alegría de la huerta.
-No me olvido de vosotras tampoco chicas, es de agradecer el esfuerzo que habéis hecho, pues creo que sois las que más os habéis superado, al final lo habéis pasado tan bien o más como nosotros. Además habéis dado un punto de sensatez al grupo que nos hubiera faltado sin vosotras. Gracias a Rosa y a María José. Tenemos un pádel pendiente.
GRACIAS A TODOS
UN SALUDO
Victoria sin peligro, triunfo sin gloria.
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